Entrevista / Mecha Fernández
Nació en una familia de artistas, se crió viendo a su prima bailar en el Colón y a su tía actuar en el Cervantes. A los cinco años su mamá la envió a estudiar danza “para que tuviera un lindo andar”. Debutó como bailarina a los 17 años, estudió actuación, dirección y composición coreográfica. En 1988 montó su primera coreografía para la obra Atrapen al cuco, desde entonces, Mecha Fernández ha recorrido, danzando lindo, un destacado camino como coreógrafa de espectáculos para chicos (y grandes). por Marisa Rojas En este 2008 que ya estamos despidiendo celebraste veinte años de trabajo como coreógrafa. ¿Qué recuerdos tenés de esos comienzos? Recuerdo que, en efecto, fue hace ya veinte años, y estoy profundamente agradecida. En 1988 hice mi primera obra como coreógrafa, Atrapen al cuco, dedicada al público infantil, en el Teatro Comedia de La Plata por invitación de Alberto (Paco) Fernández de Rosa. Antes de eso yo bailaba, mucho, de todo, y hacía asistencias coreográficas, pero ese fue el primer espectáculo en el que realicé las coreografías con carácter profesional, es decir, ¡gané plata y todo! Siento que debo dar muchas gracias, por ese comienzo y por lo vivido luego. ¿Cuál fue tu recorrido como artista de la danza antes de 1988? Yo empecé a estudiar danza a los 5 años. Hay una anécdota que siempre cuento porque es divertida y es que mi mamá decía: “Vamos a llevarla a baile para que tenga un lindo andar”. Después nadie se dio cuenta que me pasé la mitad de la vida caminando ‘diez y diez'… Lo cierto es que el primer día que mamá me llevó a danza yo me agarré de la barra y no me solté nunca más, me encantó. A los 17 años hice mi primera obra como bailarina con Jorge Ferrari, que ahora es escenográfo pero entonces era coreógrafo. Pero incluso antes, de más chica, bailé en el San Martín con la escuela de danza donde tomaba clases. Tus primeros pasos artísticos los diste en la danza clásica pero revisando tu recorrido profesional encontramos que has transitado muchos, muchísimos géneros… Lo primero fue danza clásica, hice folclore y español, que era lo que se estudiaba en esa época. Y a partir de ahí seguí bailando de todo. Era adolescente cuando mi profesora, mi maestra Rina Valver, y también Ricardo Rivas, me dijeron que por qué no intentaba otro tipo de danza. Audicioné para el Taller de Danza del Teatro San Martín y me metí en la danza contemporánea. Estuve ahí durante años hasta que Rubén Cuello me dijo: “Venite al musical, hagamos comedias musicales”. En el medio, bailé tango, me fui a Europa con el grupo de Mariano Mores. Y también hice revista, en el Maipo, con Antonio Gasalla. Y todo fue bárbaro porque uno se va formando de todo eso que va haciendo, y aprendiendo y conociendo. Por eso siempre les digo a mis alumnos, hagan todo, siempre que sea decente, hagan todo. ¿En qué momento decidiste bajar del escenario y componer coreografías para que otros las danzaran? Yo pasé del clásico al contemporáneo, del contemporáneo a la comedia musical, de la comedia al tango, del tango a la revista, de la revista al teatro de prosa… fui actriz también. Pero siempre me gustó estudiar, entonces mientras me formaba como bailarina estudiaba composición coreográfica. Yo para cada paso que doy soy bastante lenta, pienso mucho, doy muchas vueltas, y con la composición me pasaba eso. Me la pasaba haciendo coreografías pero no me dedicaba definidamente. Y en tanto, estaba arriba del escenario. Pero llegó un momento en que me cansé de eso. Por eso, cuando me llamó Paco lo pensé, lo dudé mucho, le pregunté mucho y él me dijo: “Pero si lo estás haciendo todo el tiempo, por lo menos cobrá por lo que hacés” ¡Y era cierto! ¡Y me animé! ¡Y me encantó! A partir de ahí ya no quise subir más al escenario, me arriesgué a trazar este camino como coreógrafa que me permite jugar, porque crear es jugar. Yo me divierto mucho creando coreografías porque es el espacio donde tengo permiso de juego.
¿Y por qué un desarrollo tan fuerte como coreógrafa para producciones destinadas al público infantil? En tu currículum se cuentan en estos 20 años, 55 espectáculos para chicos. Cierto, entre Atrapen al cuco y María Elena, que fue la última obra, han sido 55 los títulos. En este país no hay una especialización en teatro para niños, en ninguno de sus rubros. Yo me fui haciendo, fui aprendiendo en el hacer, como asistente de Rubén Cuello con el grupo Catarsis, de Manuel González Gil primero, y luego con Carlos de Urquiza en la Universidad Popular de Belgrano. Hasta que en el ‘94 surgió la posibilidad de trabajar con Héctor Presa en el Cervantes para dirigir Sandokán, ahí comenzó mi etapa en La Galera. A mí danzar me encanta y me emociona, y pensar en coreografías para espectáculos para chicos me divierte, insisto, me permite jugar. Mencionaste la falta de especialización en teatro para niños en el país. Muchos aspectos de la cultura infantil son aún hoy mirados como algo menor, ¿cuál es tu experiencia como artista de la danza dentro del teatro infantil? Con respecto a eso y a esta altura de mi vida, con la poca o mucha experiencia que tengo, lo que se piensa del teatro infantil creo que es problema de los ojos que miran. Antes me preocupaba y me daba mucha angustia que no se reconociera tal o cual cosa y que no se viera el trabajo realmente profesional que muchos artistas dedicados a trabajar para los chicos hacemos, que lo único que le interesara a muchos fuera llegar a las vacaciones de invierno para hacer una diferencia económica. Me peleé con eso durante años hasta que entendí que hay lugar para todos y que mientras uno siga su camino está todo bien. Yo hago lo que a mí me gusta y tarde o temprano las recompensas llegan. Pero para eso tenés que estudiar, investigar, saber qué le pasa a un niño en cada una de las distintas etapas de su vida. A mí me parece patético que una nena de 8 años que todavía no tiene cintura, porque todavía su estructura ósea no está formada, baile moviéndose como si fuera una chica de 18 años. Y no es por pacata, es porque estudié el cuerpo humano y su evolución y sé que hay cosas que se deben tener en cuenta y no olvidar las capacidades de cada persona en cada estadio de su evolución.
En los espectáculos infantiles, se trate de megaproducciones o de productos independientes, la danza está siempre presente. ¿Cuál es tu mirada al respecto, revisando lo acontecido en estos últimos veinte años? El bailecito, el pasito, siempre han estado presentes. Porque la danza es alegría. Y lo primero es el movimiento. Un niño recién nacido que abre la boca dice el verbo al emitir su llanto pero desde antes, en la panza de la mamá, ya está en movimiento. La vida es movimiento permanente. Incluso la quietud es movimiento, todo es movimiento. El cuerpo tiene su lenguaje, si a eso le ponemos un tempo musical nos vamos a encontrar con una coreografía, y eso es lo más primitivo que tenemos. Ahora, en cuanto a tu pregunta, sí creo que definitivamente ha cambiado el modo de entender cómo y por qué tratar de acercarse a los chicos a través de este lenguaje. Y esto cambió en nosotros, creadores, y en el público. Las búsquedas y las expectativas hoy son otras en ambos. Antes alguien venía y decía: “acá va la coreografía, en este huequito, fijate qué podés hacer”, y todos entendíamos que eso debía ser así. De alguna manera afortunadamente ahora, no digo todos pero sí muchos de nosotros, tratamos de relacionar todos los aspectos del espectáculo, de que sean creaciones integrales, que haya una unidad en toda su variedad de lenguajes sobre el escenario. Ya no hablamos, por lo mismo, de baile, ahora todo es una gran coreografía. Ahora pensamos, como me dijo hace poco José María Paoloantonio -con quien estoy trabajando en un espectáculo para adultos que irá al Teatro Presidente Alvear el próximo año-, en coreografías y en corpografías. Porque en el teatro hay una musicalidad total, los actores se paran de una determinada manera y todo está cada vez más integrado y de algún modo musicalizado. Eso se llama corpografia. ¿Cuál es, de estos veinte años, la coreografía que más recordás? ¡Ay, eso es como preguntarme cuál te gusta más de tus chicos! No sé… Bueno, una de este año, María Elena. El final de María Elena me gusta mucho, mucho, es muy emocionante, es una coreo intensa y los actores a esa altura están agotados pero le ponen mucha polenta, es como que se reaniman, reciclan la energía para ese final emocionante. También me gusta mucho el final de Amorcitos porque es re tierno. Y los bailes de Odisea, porque en ellos había mucha gente y a mí los bailes con mucha gente me encantan. ¿Y cuál es “esa” coreografía que tenés en mente, “esa” idea a la que quisieras ponerle movimiento? La nueva obra que estamos pensando con Rony es algo que tiene que ver con el despertar, con prestar atención a que uno se despierta todas las mañanas, con todo lo que eso lleva, y también con el despertar de las ideas, de las emociones, de las buenas y de esas que tienen mala fama también. Estoy buscando un modo de despertar más allá de abrir y estirar los brazos, busco danzar otra manera de despertar. Un grupo de dos En el 2002, luego de varias colaboraciones mutuas, Mecha formó su propia compañía junto a Rony Keselman. Ella como coreógrafa y él como músico, son, además, los responsables de los libros y de la dirección de los espectáculos. “Juntos formamos un pequeño grupo, hemos hecho en este tiempo dos obras, Amorcitos (2002) y A las cuatro (2006), y ahora estamos en funcionamiento para hacer una tercer obra”, cuenta. La idea que dio origen a Amorcitos fue la investigación del espacio sonoro corporal en el teatro para los más chicos. En A las cuatro, decidieron ahondar en la estética y en el concepto teatral y pedagógico de su primera producción respetando las premisas de un teatro corporal y musical, creando un espectáculo de acción en el cual los movimientos y los efectos sonoros se encuentran perfectamente sincronizados. “Nuestras producciones nos implican un trabajo de investigación –y de creación- súper detallado, estamos un año con cada obra hasta que la idea se va concretando. Partimos de una idea que volcamos a un primer guión al que le vamos poniendo ritmo en todas sus instancias, no sólo en las coreográficas. Filmamos eso a partir de un primer trabajo con los intérpretes y con ese material nos vamos al estudio donde Rony comienza a hacer y a poner la música, es al revés de lo habitual. Hay una primer música que es la del movimiento pero después hay un música concreta que una vez compuesta se vuelve a llevar a ensayo donde se prueba, se ajusta, se empata. Es un largo proceso de ida y vuelta y por eso tardamos tanto. Por eso es también tan exacto, y donde el actor movió la mano hay un sonido, como en las viejas películas. Es un trabajo de investigación permanente, de ver cómo jugamos a esto, pero a mí me apasiona, es nuestro lugar de libertad absoluta”, cuenta Mecha. Con un nuevo elenco, en noviembre pasado Amorcitos se reestrenó en la Ciudad de Córdoba
“A mí danzar me encanta y me emociona. Pensar coreografías para chicos me divierte, me permite jugar." |